Amanece el día a tan sólo unos kilómetros de Saint Michel. Afortunados nuestros ojos, nuestra mente y nuestro corazón por ver tal maravilla una vez más.
Termino otro de los cartones de leche y vuelvo a pensar que aquí es carísima y que hay mucha menos variedad que en España, ¿será que la consumen en menor medida?
Ya estoy preparada para mi escapada madrugadora. Adoro la sensación de despertarme temprano y lanzarme a conquistar el día y más en un lugar, una ciudad, un pueblo distinto al mío. Es como una sensación de libertad, de descubrimiento... de asombro.
Mochila al hombro, me lanzo al camino y voy bordeando la carretera hasta llegar al pueblo de Beauvoir. Hoteles de carretera anuncian habitaciones desde 75€ hasta 145€.
Dejé la carretera principal y callejeando, llegué a la iglesia.
Fue todo un regalo encontrarme con un pueblo tan bonito y una iglesia tan cuidada.
Recorrí la iglesia, la pena de no poder entrar a verla pues estaba cerrada, se esfumó al divisar entre los arbustos aquel maravilloso regalo.
¡Qué bonito lugar! No podía dejar de mirar el fucsia fuerte de los geranios sobre la piedra.
Es maravilloso ver todas las casas tan bien cuidadas, con sus jardincitos y huertos y con bonitas flores de colores.
De nuevo en BEAUVOIR, miré la distancia a Saint Michel. Qué suerte volver a estar aquí, pensé.
Regresé a la furgoneta caminando por el mismo que paseo que días atrás, junto al río, nos llevó a la abadía.
Nos subimos a la furgoneta y tomamos la carretera rumbo al sur, rumbo a España. Maíz, trigo, cebada, ríos y sol.
Y ya casi en Bordeaux, nos encontramos un paraíso en forma de lago. Una escuela náutica en un entorno sin igual.
Embarcadero, zonas verdes, carril bici, bancos, columpios, cafetería y toda la tranquilidad y belleza que nos regaló el atardecer sobre el agua.
A unos 15 km de allí, el centro comercial PORT D'AQUITAINE en Bordeaux sería el lugar en el que pasaríamos la noche.
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