La niebla nos ganó la batalla o más bien decidimos nosotros concederle la victoria y quedarnos a dormir en un área inmensa, la 175 en Atalaya del Cañavate.
Fue una noche fría, muy fría.
Por la mañana comenzaba a subir la temperatura. Leí un buen rato y desayunamos. ¡Qué ricos los kiwis de la tía de Jorge y el bizcocho que hizo su padre! Fue como estar en casa.
Todo cobraba vida.
Estas dos fotos son desde el mismo sitio que las dos que abren esta entrada y el escenario parece otro, distinto completamente.
La recorrí con calma, el cielo blanco no dejaba ver más allá y hasta parecía que los que allí estábamos, éramos los últimos y únicos supervivientes del planeta. Extraña sensación.
De nuevo en ruta, paramos a comer en HELLÍN. Aprovechamos el enorme descampado junto a la gasolinera para un despliegue bajo el sol con unas deliciosas espirales acompañadas de tomate, champiñones y un toque de pimienta.
Ya en Murcia, a la entrada, una rápida visita al Thader para aprovisionarnos y coger algo especial para la cena de Fin de Año.
Y de allí... A CARTAGENA. Dormiremos a los pies de la muralla, cerquita de la estación de autobuses que se puede ver bajo el faro desde el mirador.
Todo está en calma. Son apenas las siete y el silencio aquí es sobrecogedor. Soñaré con el teatro romano.
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